Prof. Dr. Alcides Greca

Profesor Titular de la 1ra Cátedra de Clínica Médica de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de Rosario

 

 

 

 

La partida de un maestro

Alberto Agrest
(1923-2012)

In memoriam

Alcides A. Greca

La pluma es lengua del alma:
cuales fueren los conceptos que en ella se engendraren,
tales serán sus escritos.

Don Quijote de la Mancha
Parte II, Capítulo XVI
Miguel de Cervantes

La desaparición física de los grandes hombres siempre nos parece prematura. Cuando acaece a edad temprana, por quedar trunco el abanico de promesas que su talento nos permitía avizorar. Cuando como en el caso de Alberto Agrest, sobreviene luego de una existencia larga y fecunda, porque nos habíamos habituado a los destellos cotidianos de su genio y nos cuesta resignarnos a haberlos perdido.

Alberto Agrest era clínico. Así, a secas, sin aditamentos. Así acostumbraba presentarse, sin ningún otro ornamento, porque habiendo obtenido todos los honores que un médico puede alcanzar, descreía de ellos y los miraba de soslayo con su típica sonrisa entre complaciente y burlona.

Quienes se formaron a su lado a lo largo de varias décadas, habrán de recordarlo por su honda sapiencia, por sus análisis impecables, por su lógica brillante. Los otros, los que no tuvimos con él ese lazo directo de maestro a discípulo, recordaremos sus conferencias y en especial sus artículos de la revista Medicina, sus polémicas siempre atractivas por la lucidez que desplegaba en ellas y sus libros.

El rigor intelectual fue su rasgo distintivo. Dueño de una prosa exquisita, cada concepto era siempre expresado con precisión extraordinaria, cada palabra medida cuidadosamente y ubicada en el lugar exacto, en el momento indicado. Cuando una situación cualquiera producía inquietud y contrapunto de ideas entre los médicos, todos esperábamos, acaso de una manera inoconsciente, la opinión de Agrest. En un artículo, en una carta al Comité Editorial de una revista, en una publicación de la Academia Nacional de Medicina de Buenos Aires, aparecía su palabra iluminante y todos nos sentíamos un poco más seguros, o por lo menos teníamos la sensación de tener en nuestras manos nuevos y mas sólidos elementos de juicio.

La crítica de Agrest siempre era enriquecedora por lo profunda y fundamentada, pero al mismo tiempo, no era menos temida. No fue hombre de halago fácil ni cultivó la lisonja para hacerse agradable, lo cual generó el resentimiento de los mediocres a quienes no dudaba en hacer sentir con sutileza su mediocridad, como poniéndolos frente a un espejo.

Los médicos jóvenes le preguntaron muchas veces por la medicina del futuro y él, que siempre estuvo interesado y preocupado por el porvenir, no dudó en señalar los avances extraordinarios de una medicina que ya no era la suya, pero también, con no menos énfasis, los desvíos y deformaciones a los que una mercantilización creciente de la práctica médica nos estaba exponiendo. Valoró el criterio clínico en grado superlativo, no se dejó seducir e instó a no dejarse seducir acríticamente por los cantos de sirena de la tecnología y destacó la preponderancia del sentido común como motor fundamental del pensamiento médico.

Una de sus últimas obras lleva por título “En busca de la sensatez en medicina” y por cierto refleja exactamente el derrotero de Agrest. Se ha ido un hombre brillante, un hombre sensato, un hombre sabio, tal vez uno de los médicos más sabios que quien esto escribe haya podido conocer. Ya no volveremos a escuchar su palabra, pero por siempre estarán sus escritos, que como lengua del alma, nos permitirán volver una y otra vez a su pensamiento esclarecido.

 

 

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